De cuando usaba la física para ligar
Para la mayoría de los hombres, buscar novia es un
infierno. Uno que se mantiene a temperatura constante porque sus paredes no
permiten transferencia de calor. Hace años, después de fracasos constantes, se
me ocurrió que, después de haber dedicado tantos esfuerzos a sacarme la carrera
de física, podría intentar aplicar mis conocimientos de esa ciencia fascinante
para abandonar la soltería. La verdad es que no me fue bien, por lo que hoy en
día solo duerme conmigo, y solo de vez en cuando, una belleza con unos ojos
verdes espectaculares: mi gatita.
El primer fin de semana que me decidí a usar la física para
la seducción, estuve un par de horas buscando a la chica adecuada en un bar de
copas que no tenía la música muy alta. Vi a una mujer rubia vestida de azul que
me llamó la atención desde el principio y me senté a su lado. Me lanzó una
mirada, hostil y fugaz, pero no me asusté: siglos de conocimientos de física
estaban de mi parte.
—Buenas noches —dije—. Está algo aburrido el sitio, ¿no?
—Psé —respondió sin mirarme.
El plan era el siguiente: diría algo cotidiano usando
vocabulario técnico, de manera que la chica se quedaría impresionada por mi
sabiduría.
—¿Quieres que nos tomemos una copa en mi casa? Provocaríamos
un aumento de la energía interna mediante un proceso adiabático.
La rubia me miró extrañada y tardó unos segundos en
responder.
—¿Las paredes de tu casa tienen aislamiento térmico?
—Pues… no, son normales.
—¿Y las ventanas de tu casa cierran herméticamente? ¿Y la
puerta de la calle?
—N… no —respondí y empecé a ponerme nervioso—. ¿Eres
ingeniera?
—No, soy física —dijo mientras se tocaba el pelo—. Volviendo
al tema de tu casa, con todo lo que me has dicho y con el frío que hace en la
calle, tu casa va a perder calor por todas partes. ¿Me puedes explicar cómo la
vas a calentar mediante un proceso adiabático?
—Bueno… no va a ser perfectamente adiabático, pero las
pérdidas de calor serán pequeñas. Sería una buena aproximación considerar un
calentamiento adiabático, el aire como un gas ideal… y eso.
—¿Una buena aproximación? ¿Que sería una buena aproximación?
—gritó y se bajó del taburete—. Mira, vamos a dejarlo, que yo no hablo con
gilipollas.
Y se marchó sin mirar atrás ni siquiera para volver a
llamarme gilipollas.
Aquel fracaso me hizo pensar que, quizá, sería más fácil
conquistar a una mujer que compartiera conmigo la pasión por la física, así que
siempre que veía a una candidata que me gustara, me acercaba y le sonsacaba qué
estudios tenía. Tras muchas abogadas, médicas, biólogas, filólogas y de multitud
de otras variedades curriculares, topé con una física que hacía la tesis en
cuestiones relacionadas con la mecánica cuántica, concretamente,
entrelazamiento cuántico. Era una morena de ojos negros muy atractiva y muy
simpática. Se sentía muy sola a causa de su campo de trabajo y necesitaba
hablar de él. Pasamos muchas noches hablando de mecánica cuántica o, más bien,
hablaba ella y yo escuchaba. Acabé enamorado porque, ¿quién no se enamoraría si
en las conversaciones no dejan de aparecer ecuaciones de Schrödinger con
potenciales exóticos? Y fue mutuo.
Pero acabó mal. Muy mal. Un día fuimos a mi casa y Alicia,
que así se llamaba, se echó a llorar. Le llevó diez minutos calmarse.
—Lo nuestro es imposible —me dijo—. Estoy demasiado
entregada a mi tesis y eso tiene consecuencias.
—No entiendo.
—Verás, me da algo de vergüenza confesarlo pero, cuando me
pongo… ya sabes, cuando me sube la temperatura, pues… pues… cuando sé por dónde
me gusta, no tengo ni idea de donde estoy, y cuando sé donde estoy, no tengo ni
idea de por donde me gusta.
—Eso no puede ser —dije con pocas esperanzas—. Eres un ente
macroscópico.
—La mecánica cuántica es intensa en mí —afirmó con lágrimas
en los ojos.
Por desgracia, se levantó y, por accidente, salió corriendo
en una dirección del todo determinada, con lo que quedó deslocalizada y no he
vuelto a saber de ella. Quizá esté en Saturno, en la Galaxia de Andrómeda o en
el otro extremo de Laniakea: la incertidumbre en su posición es, ahora,
infinita.
Así que ahora entendéis por qué desistí. Al menos, tengo una
gatita de ojos verdes a la que puedo acariciar sin necesidad de usar técnicas
de seducción. Y la mecánica cuántica no es nada intensa en ella.
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