26 octubre 2019

#OrigiReto2019 ¿Sufriré mucho?

Este es el relato de octubre de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este relato tiene 1976 palabras según https://www.contarpalabras.com/ (cuatro son astericos para separar escenas). Cumple el objetivo de 4. Haz un relato que transcurra en una casa encantada. Los objetos ocultos que incluye son 13. Un mensaje instantáneo y 14. Un avestruz disecado Espero que os guste.





¿SUFRIRÉ MUCHO?


Cuando tuve que irme de la casa que compartía con mi novia, pasé varios meses durmiendo en la calle. Mi sueldo podía pagar medio alquiler a los precios de hacía tres años, pero no uno entero. En todos los apartamentos compartidos me pedían varias mensualidades por adelantado, y no tenía ahorros. Así que dormí muchas noches en un banco del parque.

Hay gente buena en todas partes. Mi jefe me trataba cada vez peor, ansioso por librarse de un “sin techo”, pero consciente de que, a pesar de la eterna crisis, pocos eran capaces de cobrar un sueldo tan miserable como el mío y, a la vez, atender a los clientes con paciencia y muchas sonrisas. Mi jefe nunca fue buena gente. El bedel del polideportivo municipal sí lo era. Me dejaba entrar en las duchas y allí me quitaba la mugre de la calle. Y, al menos, dinero para la lavandería aún me quedaba.

Lo mejor fue que la ruptura con Alicia no me dolió. Después de años de rechazos, de recibir de cientos de mujeres respuestas que iban desde el silencio hasta la amenaza de una denuncia por invitarlas a salir, Alicia me dijo que sí. Nunca me gustó, aunque aprendí a sentir afecto por ella al avanzar los meses. De no tener suerte en el amor nunca me he quejado: el mundo es así.

Esa resignación, sin embargo, me dio suerte. Todos los días iba a la misma oficina del ayuntamiento, donde se solicitaba ayuda para conseguir un alquiler social. Si no estuviera tan acostumbrado al rechazo, habría dejado de acudir para escuchar una negativa, siempre amable, siempre compasiva, de labios de Ramón, muchos meses atrás. Pero no dejé de acudir. Y un día, cuando me senté frente a su mesa, me recibió con una sonrisa más amplia de lo habitual.

—Tengo una casa para ti. Está en las afueras, pero a media hora a pie de tu trabajo.

—¿Cuál es la renta?

—Es gratis. Solo necesitan que cuides del jardín y de la casa. Fíjate, Raúl, tengo unas fotos en el ordenador.

Se trataba de una casa de dos plantas, muy oscura y solitaria que me dio muy mala impresión.

—¿Nadie la quiere? —pregunté.

—Dicen que está encantada, pero yo no me lo creo. Es una simple excusa: es un sitio grande y limpiarlo da trabajo. Es cierto que es muy solitaria, pero te aconsejo que lo intentes. Prueba durante un mes. Si no te gusta, acabado el mes te vas y no te penalizaré por ello. ¿Trato hecho?

Nunca había creído en fantasmas ni demonios ni tonterías de esas; ni siquiera me gustaba Halloween, de modo que estreché la mano a Ramón.

*


La casa me daba algo de miedo, sobre todo por la noche, cuando todo eran crujidos. La tercera noche fue especialmente horrible, debido al viento que movía los árboles, aún con hojas, que rodeaban la casa, y que arrancaba quejidos a la vieja estructura de la vivienda. Era la primera vez que mi incredulidad hacia lo paranormal no me quitaba el miedo. Di vueltas en la cama recordando el avestruz disecado que me encontré en la biblioteca. Creí que el animal había cobrado vida y estaba al lado de la cama, mirándome fijamente. Abrí los ojos y comprobé que era un sueño, pero me mantuvo en vela casi media hora.

La casa requería de muchas horas de trabajo, pero la adecenté con gusto. Al menos hasta que las encontré. Decidí que un antiguo seto, oscuro y podrido, estaría mejor como la cima del montón de ramas y hojarasca que iba a quemar aquella tarde. Bajé al sótano a por unas podadoras, y corté el seto hasta que tuve que soltar las tijeras de la impresión. Había tres tumbas de piedra, cubiertas en parte por el moho.

Recuperé el instrumento y miré los nombres: Tadeo Gálvez Mira, Elisa Outerio García y Silvia Gálvez Outerio. Nacidos en el siglo XVIII, muertos todos en 1795. Un matrimonio y su única hija. Y una historia tétrica desconocida que, quizá, explicaba los rumores de que aquel sitio estaba encantado.

*


El octavo día, supe que los rumores tenían fundamento. Por la noche, me despertaron carcajadas histéricas que provenían del piso de abajo. Mi primera reacción fue de pánico. El intruso risueño parecía recorrer toda la planta baja y pensé que debía de tratarse de algún mendigo o algún otro al que le ofrecieron vivir allí anteriormente. Agradecí estar pasando miedo las noches anteriores: había dejado al lado de la cama un buen garrote.

Bajé armado al piso de abajo y me encaminé a la cocina, de donde salían las carcajadas. Encendí la luz y alcé el arma. Las risas se apagaron. La cocina estaba vacía, pero la puerta que daba al exterior estaba abierta. La cerré bien y apagué la luz para volver a la cama.

—¡Dios mío, sálvame! —gritó la voz de una mujer que no estaba allí.

Solté el garrote y reprimí mis temblores lo bastante como para correr hacia la puerta de salida. Puse la mano en el pomo y el terror me paralizó.

—No salgas de noche —susurró una voz femenina invisible.

Abrí la puerta, pero no di ni un paso. Tres pares de ojos rojos me vigilaban a lo lejos. Cerré, volví al dormitorio, atranqué la puerta y pasé toda la noche sin dormir, pero caí rendido al amanecer.

*


Desperté tres horas después del inicio de mi jornada laboral. Preferí no ir al trabajo: la bronca de mi jefe sería igual de grande si faltaba el resto del día. Recogí mis escasas pertenencias, decidido a hablar con Ramón y decirle que me iba de allí. Y al cerrar la verja la vi. Una mujer morena, de ojos grises, que vestía un jersey rojo y unos vaqueros azules. Era tan guapa que me quedé embelsado.

—Buenos días, vecino —dijo la mujer.

—¿V… vecino?

—Vivo a medio kilómetro de aquí, pero como es la casa más próxima, somos vecinos. ¿Has pasado mala noche?

—He dormido mal.

—¿Has oído pasos o voces? —dijo la mujer. La miré desconcertado—. Es lo que dicen todos los inquilinos. —Mi interlocutora suspiró—. Seré sincera. Sé que esta casa solo la habitan personas que han vivido en la calle. Soy psicóloga y he venido a ayudarte. Entremos, por favor.
Dudé unos instantes. La mujer me dijo que conocía a Ramón, que la había mandado él. Sacó un móvil y llamó.

—Hola Ramón… Perdona, no sabía que estabas en una reunión. Mándame un Whatsapp con tu foto, que el último inquilino de la casa Gálvez no se fía. Gracias.

La mujer me enseñó el móvil. Había una conversación de Whatsapp abierta con Ramón. Un minuto después, entraba un mensaje con una foto de Ramón, sacada desde la altura de sus muslos, y el texto: “No seas desconfiado, Raúl. Trátala bien”. Aquello me convenció y entramos en el jardín, camino de la casa. Le pregunté su nombre.

—Soy Silvia Gálvez Outeiro —dijo y me quedé parado, atónito. De pronto, empezó a reírse—. ¡Era broma! Silvia es la hija de los primeros dueños de la casa. Su tumba está por ahí y ya la has visto por la cara que has puesto. Me llamo Patricia Salcedo. Ten mi tarjeta.

La visita de Patricia fue muy agradable. Me pidió que le relatara los hechos sobrenaturales que había percibido. Tuvo explicación para todos.

—Todo se origina por los meses que has pasado en la calle —dijo—. La ansiedad que acumulas y la inseguridad que has sufrido siguen advirtiéndote de peligros que ya no existen. Las risas y las voces son tu imaginación, que sigue hallando amenazas. En cuanto a los seres de ojos rojos, son animales, y ahí te tengo que recomendar que no salgas de noche. Estamos en el campo y por aquí hay zorros, jabalíes y otros animales que, de noche, te podrían dar un mal rato. Tu subconsciente te ha dado un buen consejo.

Patricia era tan guapa y simpática que la invité a que me visitara más veces, a lo que respondió, entre risas, que cuidaría de mí. Se puso más seria cuando le pregunté por las tumbas.

—Los señores Gálvez eran una familia muy distinguida que tuvo un final horrible. De ahí proviene la fama de encantada de esta casa. Como psicóloga, puedo decirte que Tadeo Gálvez sufrió un brote psicótico. Creyó que tres demonios de ojos rojos querían devorar las almas de su familia y se fue hundiendo día a día en sus fantasías. Hasta que mató a su esposa y a su hija y luego se suicidó para evitar que los demonios los dominasen. No quiero ser mal pensada, pero quizá se originó porque Tadeo las maltrataba y los remordimientos lo hicieron perder la razón e inventar aquella historia.

Cuando Patricia se marchó, abandoné mis planes de irme de la casa.

*


Patricia decidió quedarse a dormir conmigo cuando le dije que un ser de ojos rojos me había aterrorizado asomándose a mi ventana la madrugada anterior. Mientras la psicóloga se duchaba, salí a por un poco de leña y me quedé pegado a la pared, temblando, cuando un monstruo de ojos rojos se detuvo ante mí. Empezó a gruñirme y me sorprendió cuando me acercó un colgante antiguo, con el rostro de una joven en una piedra de porcelana. Hui y cerré la puerta tras de mí.

Jadeando, vi a Patricia bajar las escaleras, cubierta solo por una toalla. Me pareció más guapa que nunca.

—Te aconsejé que no salieras de noche. —Suspiró—. Espero que no creas que soy demasiado atrevida, pero cuando me gusta alguien veo estúpido esperar.

Con un gesto sensual, dejó caer la toalla. Tenía un cuerpo excepcionalmente atractivo, y eso fue lo que me desesperó. Intenté abrir la puerta para huir, y el pomo no cedía. Entendí que ya estaba perdido.

—Raúl, por favor, no te asustes… yo… Me di cuenta de como me mirabas y pensé que te gustaría que tomara la iniciativa. Me vestiré y…

—No, no es eso. Vamos a mi dormitorio.

Sería mejor no hacerla enfadar. Quizá, si tenía tacto, pudiera salir bien parado de aquello. Sin embargo, Patricia me besó las mejillas y usó los labios para jugar con mi oreja hasta que llegamos a mi habitación. Nos tumbamos en la cama y empezamos a besarnos. Mientras ella me desnudaba, encajé todas las piezas.

—¿Sufriré mucho?

—¿Qué? —respondió y se quedó muy quieta, mirándome como si estuviera loco.

—Eres un ser sobrenatural y vas a matarme. ¿Sufriré mucho?

—Creí que te había convencido con el mensaje de Whatsapp falso. ¿Cómo lo has sabido?

—Todas las mujeres que me han gustado me han rechazado, y la más guapa del mundo quiere sexo al tercer día de conocerme. Solo puedes ser una súcubo.

—No soy una súcubo, soy una spletica y me alimento de la vida de los humanos. Y no, no sufrirás ni te convertirás en un espectro de ojos rojos como la familia Gálvez. Fueron mis primeras víctimas y, por inexperiencia se me escaparon sus almas y ahora están ligadas a esta casa. Siempre intentan ahuyentar a mis presas, me tienen harta. Tú irás al otro barrio y, bueno, lamento decirte que no habrá lápida para tu cuerpo.

—Da igual. Nadie me iba a visitar. Solo te pido una cosa: ¿puedo tener un final tan dulce como quedarme dormido?

Asintió y la besé con pasión. Hice el amor con una mujer de una belleza sobrenatural y que, además, sabía bien cómo tocar y besar. Era lógico: tenía más de doscientos años y había hecho aquello con más de diez mil hombres y varios cientos de mujeres. Nadie podía resistirse a una spletica cuando se empeñaba en seducirte, pero los hombres éramos más fáciles porque estábamos más faltos de amor, me dijo.

Cuando terminamos, cerré los ojos mientras la spletica me acariciaba el pelo.

Y me quedé dormido.

2 comentarios:

Marga Kvásir dijo...

Lo del WA de Raúl me había resultado un poco sospechoso, la verdad, pero la explicación de Patricia sí que me la creí (todo eso de que los meses en la calle le dejasen secuelas psicológicas al protagonista). La historia del supuesto asesinato de la familia está muy bien hilada.

Me ha gustado muchísimo. Los párrafos introductorios explican muy bien la situación previa al alquiler de la casa encantada sin extenderse demasiado, y el final resulta hasta dulce. La historia en general avanza muy bien, me ha resultado muy amena.

Enhorabuena :)

Juan dijo...

Buenos días, Marga

Muchas gracias por haber leído y comentado este relato y me alegro de que te gustara. Me gusta mucho tener personajes mentirosos y conseguir que, a veces engañen solo al protagonista, pero no al lector, y que a veces convenzan a los dos. Veo que aquí lo conseguí. Y me alegro también de haber conseguido que el transfondo funcionase.

Un saludo.

Juan.