26 septiembre 2006

(Cuentacuentos) ¿Recuerdas cuando mirábamos las estrellas?

- ¿Recuerdas cuando mirábamos las estrellas?

Laura apenas sonrió levemente, sin mirarme. La comprendía. Iba a producirse el mayor cambio que debería afrontar en su vida, y lo normal era estar muy preocupado. Yo pasaría por lo mismo dentro de un par de años, y no quería ni pensarlo. Y eso que los hombres debemos enfrentarnos a eso unos años más tarde, cuando somos más maduros.

Alcé la vista hacia la noche estrellada, y se me hizo un nudo en la garganta. Habíamos hecho aquello desde que éramos niños, y siempre que nuestras obligaciones nos lo permitían, dedicábamos un rato por la noche a soñar con las estrellas. Nos pasábamos el rato preguntándonos cuáles de aquellas estrellas estarían habitadas, y nos empeñábamos en encontrar el sol de la Tierra. Ahora mismo, estaba mirando fijamente el astro que calentaba el planeta ancestral del ser humano. Descubrí que Laura también lo hacía, y suspiraba.

Decían los chicos mayores que el cambio era bueno, que después de pasarlo podías hacer muchas más cosas que antes, pero a ninguno le gustaba experimentarlo. Laura no lo deseaba y yo, tuve que reconocer con amargura, tampoco. Ahora, cuando lo recuerdo, creo que la amaba mucho, aunque en nuestro mundo, a los seres humanos no nos están permitidas esas cosas. No ha sido siempre así, y en otros lugares tampoco lo es. Sabemos, por las transmisiones que captamos a escondidas de la Tierra, que allí no existe el cambio. Es verdad que muchas cosas funcionan peor en el mundo natal de la Humanidad, pero, a veces, me gustaría ser terrícola.

Laura empezó a toser, como si se atragantara, e intenté confortarla como pude. Su rostro mostraba un color ceniciento, y tenía los ojos húmedos. Cuando se calmó y se me acercó para dejar que le pasara el brazo por los hombros, sentí, o quise creerlo, que también significaba mucho para ella. Con la voz débil, me dijo:

- Voy a echarlas tanto de menos...

* * * * *

No vi marcharse a Laura; era lo habitual. Los malgarx sabían ser discretos y, de cualquier manera, si su aspecto la última noche que miramos las estrellas ya era malo, mejor no haber visto en qué estado se la habrían llevado los malgarx.

El cambio requería 49 días, que casi habían pasado. Me sentía tan solo que nada me consolaba. Realizaba mis tareas con tanto desánimo, que me daba miedo que algún malgarx intentara corregir mi actitud. Sin embargo, era una tontería pensar eso; apenas les prestan atención a los muchachos, ya que son tan eficientes que creo que nos dan trabajo sólo para que no nos aburramos. Para ellos no somos más que un estado evolutivo inferior al que no tienen más remedio que tolerar.

Aquella noche, a falta de dos para que Laura regresara, volví al sitio desde el que mirábamos las estrellas. Y miré al sol de la Tierra, una lucecita amarilla parpadeante, preguntándome por qué los terrestres no hacían nada para acabar con lo que pasaba en nuestro planeta. ¿Por qué permitían aquello?

* * * * *

Si algo caracteriza al espíritu humano, es lo fácilmente que alberga esperanzas inútiles. Pasé toda la mañana pendiente de los malgarx que iban y venían, con la esperanza de reconocer a Laura. Estaba dispuesto a mirarla fijamente cuando la reconociera, porque estaba seguro de hacerlo, y a comprobar si me seguía recordando. Dicen que cuando cambias, olvidas toda tu vida anterior o, al menos, que si recuerdas algo, deja de importarte. Tus sueños, tus sentimientos, tus esperanzas... todo queda atrás. Pero yo no podía aceptarlo; anhelaba comprobar que Laura no me había olvidado.


No fui capaz de reconocerla. En verdad, todos los malgarx se parecen muchísimo; son seres gráciles que recuerdan vagamente a un ser humano con alas muy alto. Cualquiera de los malgarx que había pasado andando cerca de mí, o volando sobre mi cabeza, podría haber sido ella.

Hacía muchos años, nuestros antepasados, después de haber sufrido guerras devastadoras, tomaron la decisión de cambiarse a sí mismos. Decidieron transformar todas las etapas de la vida humana que, a su juicio, eran peligrosas, lo que supuso no dejarnos avanzar más allá de la adolescencia, a los dieciséis años las mujeres, y a los dieciocho los hombres. Después, cambiamos y nos convertimos en malgarx, que carecen de emociones y viven sólo para trabajar y construir una civilización espléndida, pero completamente inhumana.

No quiero ese futuro, pero contra mi destino no hay rebelión posible. Lo llevo en la sangre.



Juan Cuquejo Mira.


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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Juer casi que te invito a un cafe ¿Tengo flan de queso, quieres? Da para hablar mucho con tu historia, pero que mucho, ya que cuando los humanos vamos creciendo, también nos salen alas, pero creemos que ya no podemos volar, ese es nuestro problema; que ni nos salen alas, y con la cosa de que somos adultos, pues no seriamos capaces de verlas.
Ais me ha dado pa mucho pensar tu historia. Te dejo una txapela grandeeeeeeeee enorme, ni te imaginas el pasamiento tan favorito que para mi es pensar.
Cienes de besitos pal andando.

Anónimo dijo...

Me ha parecido increíble tu historia, porque tratas aspectos de la vida humana rozándolos con suavidad, como si de un simple cuento para poder dormir se tratara. Y eso es lo que me gusta a mi, historias que esconden mensajes, leyendas.
Tu historia da qué pensar, Juan. Yo no podría vivir habiendo conocido el sentir, el amar, el pensar, el soñar, y sabiendo que a cierta edad todo eso..te lo arrebatarían.

:)MIl besiTos

Anónimo dijo...

Por cierto, que he puesto anónimo pero soy teresa...MIl besiTos

Anónimo dijo...

Ups!! Como me suena ese cambio. Yo creo que lo estoy esperimentando en la actualidad (exceptuando emociones, que esas las tengo a flor de piel).

Me ha emocionado mucho la historia Juan. Siento que es la simple y pura realidad, que, llegando a adolescentes, comenzamos a cambiar, y que nos "programan" para trabajar toda la vida.

Como digo en mi entrada ·un paso más hacia la madurez· (a mi me queda lejana todavía jejeje).

Sigue así, escribes muy bien, y yo aprendo mucho de ti relato tras relato. Nos vemos.

Paula.

Anónimo dijo...

Gracias por este encanto de relato que me ha traido recuerdos que estaban muy escondidos. Un abrazo.

Anónimo dijo...

un beso, me gusto mucho, como no se como ponerlo con mi cuenta, te dire que soy ana

Anónimo dijo...

¡genial!
Siempre escribes sobre ciencia ficción a la que tanto me he aficionado...
tan genial como siempre!!!
besos de mango!!