29 octubre 2007

(Cuentacuentos) ¿Por qué el mar es azul?

- ¿Por qué el mar es azul? - preguntó Claudia con la vista perdida en el horizonte.

Aquella frase hizo que Juan saliese de su ensoñación. Pensó por un instante que cómo iba a saberlo, si sólo tenía ojos para ella, pero fijó su atención en la costa, en las olas que rompían en la playa de más abajo, al pie del acantilado. Contempló el mar tranquilo y el horizonte lejano, y repuso, distraído:

- Porque refleja el color del cielo.

Claudia se volvió y le miró con una mezcla de extrañeza y decepción, que le hicieron mirarla atentamente mientras respondía.

- Eso no puede ser. Cuando está nublado, el mar se vuelve azul oscuro, pero no gris. Y yo he navegado de día por mares verdes -. Le miró seria un instante -. Lo que quiero saber es por qué si el agua del mar no tiene color, de día se suele ver el mar azul.

Juan no soportaba provocar en Claudia la más mínima decepción, así que hizo memoria hasta que recordó algo que había leído hacía mucho tiempo.

- Bueno... el cielo tiene algo que ver, pero tienes razón. El color del mar se debe a tres causas: a que refleja el azul del cielo cuando es de día, a que el agua absorbe mejor los colores rojo o amarillo que el azul y el violeta y a que, por eso, sólo dispersa el azul y, a veces, a las algas que contiene. Cuando hay poca agua, apenas absorbe los colores, y se ven todos, pero cuando hay muchísima, notamos que sólo queda el azul... También pasa que, de los colores que dispersan...

Y ante aquella sonrisa y los ojos que Claudia solía poner cuando Juan empezaba a hablar con palabras demasiado técnicas, el hombre se calló, satisfecho por haberse expresado mejor.

Estuvieron allí un rato más. Al fin, Juan la acompañó a su casa y regresó a su hogar.

* * * * *

Juan odiaba, cada vez más, las prisas y el ajetreo de los días laborables. Había desayunado sin tiempo, como siempre. Había pronunciado el adiós de compromiso que le dedicaba a su mujer y había salido corriendo para coger el metro. Como todas las mañanas, soportaba las aglomeraciones de la línea circular, paso previo a una jornada agotadora en un trabajo que nunca le había gustado, en el que no creía. No sabía si su visión estaba sesgada a causa de lo poco que le gustaba su empleo, pero el ambiente en su oficina era cualquier cosa menos agradable. Y por eso, siempre que podía, empezaba a recordar a Claudia, la belleza de su rostro, la luz de su sonrisa, y los relatos de sus travesías por medio mundo. Cuánto la envidiaba. A Juan siempre le había apasionado el mar, pero poco tiempo para contemplarlo le dejaban su ritmo frenético de trabajo y la distancia. Y Claudia era marinera.

Había aparecido en su vida, insulsa y vacía, de improviso y, desde entonces, siempre la llevaba en su corazón. Ella era lo único que daba algo de sentido a su existencia. Juan era un hombre que ya no creía en nada. No soportaba su trabajo y no aguantaba a su mujer, de la que no se podía divorciar porque no ganaban lo suficiente para rehacer sus vidas por separado; ninguno de los dos, por si solos, podían hacer frente a la hipoteca.

Siempre que volvía a casa por la noche, sin fuerzas para nada, se angustiaba porque su vida carecía de sentido. Y eran los recuerdos de los viajes de Claudia, por mares inmensos donde era sencillo ser libre, lo único capaz de disipar esa angustia.

* * * * *

Era sábado por la tarde cuando llamaron al timbre de su casa. Temiendo que se tratara de su mujer, guardó con rapidez la libreta en la que estaba escribiendo. Y se quedó estupefacto cuando abrió la puerta y vio el rostro de Claudia, que le dio dos besos y entró en su casa. Torpemente, asustado por fuera, pero feliz en lo más hondo de su alma, le dijo:

- ¿Qué haces aquí? Si mi mujer viene y nos ve...

Se volvió con infinita gracia, sonriendo con picardía, y respondió:

- Si sólo somos amigos. ¿Tan celosa es?

Claudia se dejó mirar unos instantes, y Juan pensó en que era una mujer tan guapa que cualquier otra que contara con el amor de su marido, se sentiría intranquila al saber que su esposo se veía con ella. En el caso de la mujer de Juan, donde ese amor, en realidad, nunca había existido, verle con Claudia daría inicio a una discusión muy amarga. Juan se había casado tarde con una mujer a la que nunca quiso, sólo para no sentirse tan solo. Tuvo la sensación de que ella deseaba que respondiera con gracia a su pregunta, pero no se atrevió. Nadie ansiaba más que él dejar de lado aquella vida que le hacía desgraciado, pero no era posible. Nunca sería como Claudia; jamás podría pasar semanas en el mar y conocer tierras y océanos distantes. Nunca sabría lo que era tener el amor de alguien.

Salió de su nueva ensoñación y empezó a atender a su visitante. Había venido para hablar un rato con él, y contarle que partía al día siguiente, y que iba a estar fuera un par de meses. Un viaje al sur, a las regiones meridionales de Chile. Cómo envidió, durante toda la conversación, el entusiasmo de la chica ante ese trayecto, las imágenes maravillosas que contemplaría, el cambio en la rutina...

* * * * *

Fue algo tan absurdo... Algo con tan poco sentido, tan poco habitual un jueves por la mañana en Madrid... Juan yacía boca arriba, con la mitad de su cuerpo destrozado. Le rodeaban decenas de curiosos. Nunca supo bien lo que había sucedido. Cruzaba distraído un paso de cebra cuando vio fugazmente un coche que le embistió a toda velocidad. Oía algo acerca de unos delincuentes a los que perseguía la policía. Y también protestas acerca de la lentitud de las ambulancias.

Y, entonces, vio el rostro de Claudia, que lloraba arrodillada a su lado. Con mucho esfuerzo, levantó un brazo para tocarle la mejilla, en un intento torpe de enjugarle las lágrimas. Pero el que lloraba era él. Susurró con dificultad.

- No puedo morirme todavía... Desaparecerás conmigo...

Aún no había terminado la novela, aquella historia, manuscrita en sus libretas, que escondía de su mujer en su casa, temeroso de que se la destruyera para hacerle daño. Esa novela con la que había creado a Claudia, la marinera que representaba sus ansias de libertad y que encarnaba a la mujer que nunca había podido conocer y amar. La hacía vivir desesperadamente en sus líneas manuscritas, soñaba despierto con ella, con que veían el mar juntos, o con que le hacía visitas cuando su mujer no estaba. Pero si nadie leía su novela, Claudia no viviría en la imaginación de nadie. Desaparecería con su último suspiro.

Juan fue consciente de que nadie conocería nunca los viajes de Claudia. Nadie sabría de su valor durante las tormentas, ni el ingenio de su capitán a la hora de esquivar a los piratas. Ningún lector estaría con ella en lo alto del palo mayor, oteando el horizonte. Nadie más respondería a su pregunta de por qué el mar es azul. Aún así, Juan intentaba consolarla.

Recuperó la lucidez con su último aliento. Estaba tendido en una calle de Madrid, acariciando el aire con una mano levantada, frente a la mirada piadosa de los curiosos. La dejó caer mientras se oía la sirena lejana de una ambulancia, que llegaba demasiado tarde.


Juan Cuquejo Mira

8 comentarios:

alguien dijo...

Bienvenido de nuevo!! Es que estas esperas... y encima vienes fuerte apostando por el drama. Lo cierto es que me he olido lo de que Claudia era un personaje bastante pronto, pero de todos modos me gusta el modo en que este hombre gris intenta aferrarse a algo para salir. A su mundo imaginario y a un amor más que platónico, hecho a medida. Estupendo regreso; esperemos que sea duradero :)
un abrazo!

Anónimo dijo...

Menudo final... no me lo esperaba para nada!!
Yo pensaba que realmente Claudia sí existía y que era esa mujer tan maravillosa que realmente Juan se merecía...
Y como él sabía que la merecía, la creó para sí mismo... ¡Chapeau! No puedo decirte otra cosa. Bueno sí... que sigo echando de menos leerte con la asiduidad de antes... ;)

Mil besotes y otros tantos aplausos.

P.D. Y también, gracias por volver a dejarte leer entre nosotros! ;)

Rose Sepúlveda dijo...

Yo tampoco me había dado cuenta de que era un personaje.
Buenísima la historia.

Klover dijo...

¡Hola!

Es la primera vez que te leo..yo vine cuando tu marchaste ^^ y me alegra descubrir una nueva fuente de relatos...

Me ha gustado mucho. Una historia amarga hilada con esperanzas y sueños...al menos Claudia no desaparecerá del todo ahora que lo hemos leído...:)

¡Saludos!

Pedro dijo...

Creo que no te he llegado a leer .ME ha gustado mucho el cuento, la trama, peros obre todo el fin al me han encantado. Ese ambiente tan opresivo y deprimente que has creado alrededor del protagonista es fabuloso (si no tienes que vivirlo) Un cuento desesperanzador que se me antoja un quejido de la vida moderna.

Un saludo,


Pedro.

Anónimo dijo...

¡Es una historia preciosa!

Al final se me quedó un nudo en la garganta.

Todo esto que se habla de las relacciones sin amor, y de no tener el valor de dejarlas, o el no poder como ellos por dinero, es triste, pero cierto. Al menos Juan lo intentó con una realidad inventada. Justificaste bien a Juan, de modo que esta vez no parecía que engañaba a nadie, ni aún cuando ella le pregunta si su mujer es celosa.

Saludines.

Pugliesino dijo...

Rebienvenido!! Y de que manera irrumpes. La tensión crece paralela en dos historias o mundos que conviven en permanente angustia a lo largo de la narración y que nos mantiene en vilo ante el temor de ser descubiertos, tanto la falta de amor como la existencia de Claudia, por quien puede que realmente sepa como es el mar.
Lo dicho bienvenido y a permanecer escribiendo! :)
Un abrazo!

Juan dijo...

Hola

Siento haber tardado tanto en responder. Hay cosas en general de lo que habéis dicho que me gustaría comentar, así que lo hago aquí.

En realidad (bien por Brian), aunque la idea era hacer creer que Claudia era real, lo vital del relato no era eso, sino la forma tan triste en que el protagonista intentaba huir de su vida vacía (menos mal, si no me habríais pillado :-D). En una primera versión, no incluí algunas pistas que, al que las captara, les daría la impresión de que algo no encajaba. De las cuatro partes que divido con líneas de asteriscos, al principio de la segunda hablo de "las aglomeraciones de la línea circular", cuando, en la primera parte he hablado de una ciudad costera. Era una pista. No es muy habitual una línea circular de metro en una ciudad de costa española y recuerda a la línea de metro que llaman así en Madrid.

Otra cosa que, además, refuerza el carácter onírico de la historia son los cambios bruscos de escenario. Del mar, a una ciudad descrita de forma opresiva, luego a la casa de Juan y por último a la calle, sin hablar de lo que ocurre en medio. También es una pista para el lector desconfiado que puede sospechar ante un contraste entre felicidad y amargura tan acusado. Claudia es "demasiado" perfecta, mientras que la vida de Juan es "demasiado" triste.

Lo que en su último aliento declara Juan, que "recupera la lucidez", es un homenaje a don Alonso Quijano, que reniega de sus fantasías en su lecho de muerte. Y, en general, este cuento es un homenaje a todos nosotros, a todos los cuentacuentos, que no nos conformamos con la realidad y reflexionamos sobre ella desde las palabras, con un recuerdo especial a los que escriben (o escribimos, que a veces me pasa), para alejarse por un rato de un mundo que no nos gusta.

Por último, repetiré :-); la semana pasada he estado muy mal de tiempo, pero una u otra semana volveré :-D.

Un saludo y muchas gracias por leerme.


Juan