02 febrero 2011

Mundo de Cenizas. Capítulo II

Raquel repuso con un gruñido perezoso a los zarandeos de su madre. Debían de ser las cinco de la mañana, como de costumbre. Estaba cayendo un chaparrón y dentro de sus mantas se sentía tan a gusto que muy pocas ganas tenía de levantarse y pasar frío. Aquello era un asco, pensó, aunque, en el fondo, sabía que mucho peor era la vida de los soldados y los milicianos. Con ese pensamiento, se levantó a regañadientes, y tiritando, se vistió a toda prisa. El agua que acababa de verter en la jofaina estaba helada, tanto, que le dolían los dedos, así que se enjuagó la cara en un instante. Sin embargo, dedicó algún tiempo más a cepillarse su melena negra. Desde hacía unos meses, cuidar de su pelo era una actividad que la llenaba de tristeza, porque le recordaba a su amado Marcos, cuyos requiebros casi siempre iban dirigidos a su pelo. Era un guerrero muy hábil y valiente y, en consecuencia, se lo habían llevado a la Academia Militar de Nêmehe.

No obstante, aquella mañana Raquel se acicalaba con más alegría. Tras hacerse una cola, se sintió satisfecha y guardó el cepillo. Hizo la cama, ordenó por encima la habitación y, muy ilusionada, se guardó la carta de Marcos en una faltriquera. La había recibido el día anterior y aunque ya la había leído dos veces, iba a llevársela para poder leerla unas cuantas veces más en cualquier descanso.

Salió andando rápido de su habitación y encontró a su madre en el salón, esperándola con varios fardos. Las dos trabajaban en las cocinas que alimentaban a la milicia y los soldados destinados a Gaiphosume. Raquel y su madre, aparte de servir el rancho cada tres días, se ocupaban de ayudar a hacer el pan, de ahí que tuvieran que empezar tan temprano. Tenían que amasar rápido o si no la tropa no tendría el pan recién hecho, uno de los pocos lujos de los que podían disfrutar. Durante el trayecto desde su casa a las cocinas, Raquel pensaba que, con el trabajo tan duro que tenía la milicia y lo mal que lo pasaban, levantarse a aquellas horas y soportar el frío y la lluvia gélida que las empapó por el camino, merecía la pena.

Y, además, Raquel prefería mil veces trabajar en la cocina que ser miliciana. Agradecía haber nacido mujer, porque ello significaba que sólo la enrolarían en la milicia si se presentaba voluntaria. Los chicos no podían elegir, y casi todos tenían que compaginar sus tareas en el campo o en los talleres con el tiempo de servicio activo. La ley de la décima parte prohibía que las mujeres supusieran más de la décima parte de las milicias y de los ejércitos, por ello, sólo las más fuertes acababan seleccionadas, así que ella, con una complexión bastante normal, no se veía en la obligación de intentarlo siquiera. Lo único bueno que tenía la milicia era que cualquiera de sus miembros cobraba, al menos, cuatro veces más que Raquel y tenían más tiempo libre.

Pero eso no era un buen argumento para ella. La vida en Gaiphosume y en todo el reino de Nêmehe era muy dura. Raquel no iba a ningún lado sin su puñal, y sabía tirar con arco con una precisión razonable si se tenía en cuenta que a ella no le gustaban las armas. Todo el mundo recibía una mínima instrucción militar y, llegado el caso, todo habitante del pueblo que pudiera valerse, sería capaz de subir a defender las murallas. A pesar de ello, no le gustaba matar, ni siquiera a seres tan repulsivos como las ratas.

Cuando llegaron a las cocinas, sólo faltaban cuatro compañeras. Raquel se puso manos a la obra de inmediato, y el tiempo que transcurrió hasta que empezaron a llegar los primeros milicianos se le pasó muy rápido. No había dejado de llover en ningún momento. Con un suspiro de hastío, se cambió y fue hacia la sala donde las esperaban decenas de milicianos haciendo cola para que les sirvieran el desayuno. No le gustaba demasiado, porque más de uno de ellos aprovechaba para soltarle piropos subidos de tono, y le daba bastante vergüenza.

Como todas las veces que le tocaba aquel trabajo, aguantó los requiebros con la mejor de sus sonrisas. El único que le decía cosas bonitas era Marcos, pero le tenía tan lejos… En esto, le llegó el turno a Juan, que era un buen amigo, aunque a veces la mirara de forma un poco extraña, como embobado. Le saludó cordialmente, y mientras le servía, hablaron unos instantes de cosas sin importancia. Raquel notó que esa mañana la miraba con intensidad, cosa que la sorprendía un poco, porque él no era más que un amigo, uno muy bueno, y nunca había intentado ir más allá. Pero como no quería perder a un chico en el que siempre se había podido apoyar, nunca le había querido preguntar a qué venían esas miradas, para no ofenderle. Era el único chico, aparte de Marcos, que siempre la había respetado, no como otros, que sólo la querían para que se acostara con ellos.

Al fin, Juan se despidió y ella continuó atendiendo al resto de los comensales. Cuando hubo terminado, tuvo un par de horas de descanso que, por culpa de la lluvia, pasó sola en su casa. Su padre era soldado, y su hermano miliciano. Lo único bueno fue que tuvo ocasión de leer la carta de Marcos tres veces. Y como en tantas ocasiones, empezó a fantasear con la idea de irse a Nêmehe para estar con él, pero no era un viaje fácil y, aun si consiguiera convencer a sus padres, no tenía quien la acompañara.

Cuando salió, cerca del mediodía, para regresar a su puesto, apenas chispeaba.

6 comentarios:

Juan dijo...

La ley de la décima parte es una formalización de una teoría sociológica. En las guerras antiguas, en las que la mayoría de los muertos eran combatientes, el hecho de que sólo combatieran hombres era mucho menos dañino demográficamente. Por razones evidentes, la capacidad de recuperación de una población humana depende del número de mujeres en edad fértil, y no del número de hombres jóvenes, porque un varón puede tener hijos con muchas mujeres. En culturas que se han adaptado a medios donde la población no puede crecer por falta de recursos, se practica el infanticidio de niñas y hay exceso de varones, que se nivela por el carácter belicoso de estos pueblos.

En Nêmehe la sociedad está muy militarizada y aunque todo el mundo debe saber defenderse, la tradición ha intentado llegar a una solución de compromiso entre la necesidad acuciante de soldados profesionales, sin importar su sexo, y la obligación de asegurarse que las nuevas generaciones no mengüen. Por eso, se limita la presencia de mujeres en los ejércitos, pero no se impide completamente, porque hacen falta. Se las enseña a luchar pero, a la vez, la carrera militar se considera “cosa de hombres” y las chicas suspiran por los guerreros hábiles y valientes. Por supuesto, estas tradiciones no tienen nada que ver con la mentalidad del siglo XVI europeo, y es una especulación de lo que podría pasar en una situación como la que describo.

En las guerras modernas, donde mueren muchos más civiles que militares, estas restricciones carecen de sentido, lo que quizá contribuya a que ciertos tabúes en el ámbito militar desaparezcan.

Por cierto, Nêmehe es el nombre tanto del reino como de su capital.

Un saludo.

Juan.

Enrique González Añor dijo...

Ésta parte, me pare más flojita, ¿no crees Juan?

Enrique González Añor dijo...

parece

Juan dijo...

Hola Enrique

Esta parte está dedicada, en exclusiva, a presentar a Raquel y a comentar cual es la relación que la une con Juan. No avanza la trama.

Más que floja es insulsa, pero hay que verla en el contexto de una historia bastante más grande. Quedas advertido de que la tercera será más o menos de este estilo, aunque quizá te den ganas de darles una colleja a uno o dos personajes (a mí me dan ganas, je, je, je).

Esta va a ser una historia "de personajes", y estas partes en que no pasa nada sirven para eso.

Gracias por leer y por comentar.

Un saludo.

Juan.

Luisa dijo...

Hola, Juan.
Me ha gustado que presentes ahora a otro personaje. Así se va perfilando que la historia va a tener varios puntos de vista. Siempre es muy enriquecedor. También vamos viendo cómo son los hábitos de vida de los personajes y haciéndonos con el entorno.

Seguiré leyendo.

Un saludo.

Juan dijo...

Hola Luisa

En una novela que tengo escrita en libretas al 95% fue cuando fijé lo que podría llamarse mi estilo a la hora de narrar historias. Como irás comprobando, mi elección es la tercera persona subjetiva, muy centrada en el personaje que narra en cada momento. Tanto que todo lo que describo se hace desde su punto de vista y lo único que conoce el lector es lo que ese personaje conoce. Bueno, o también, lo que el lector sabe porque es más listo que el personaje (me encanta jugar con eso). También me gusta mucho tener narradores falibles, que interpretan mal las cosas o que se equivocan del todo.

Todo eso lo puse a punto en esa novela que, como es natural en mí, ¡no tiene título! (ja, ja, ja)

Me gusta mucho utilizar varios narradores (separando sus aportaciones de manera radical) por eso que tú dices, porque enriquece la historia. Es especialmente divertido narrar lo mismo desde dos puntos de vista diferentes :)

Un saludo.

Juan.