22 febrero 2011

Mundo de cenizas. Capítulo VII

Ya habían transcurrido seis días desde la discusión entre Adriana y Clara. Christine se había pasado todo ese tiempo, en los ratos en que no llovía, tratando de averiguar la identidad del fantasma que rondaba a su amiga, y que parecía empeñado en manifestársele sólo a ella. Había preguntado a su madre, que no le había dicho mucho más acerca de los Doppeltgänger, y que se resistía a hablar de aquello. Sólo después de mucho insistirle, consiguió que le diera una vela, que, según afirmaba, podría atraer a aquel fantasma si se encendía en un lugar solitario. Christine sabía que su madre no veía con buenos ojos la amistad tan estrecha que la unía a Adriana, ya fuera por la mala prensa que tenía, o por el hecho de que creyera que una muchacha de su linaje no debía confraternizar con gentes de otras razas. Ella, que se había criado en Imessuzu, no se sentía mejor que los demás porque fuera rubia y tuviera los ojos azules.

Lo que sí acabó notando, durante esos días, fue la apatía y el punto de tristeza de Adriana cuando le hablaba de sus indagaciones acerca del fantasma, e intentaba aclarar el misterio que rodeaba a aquel ente. En aquella tarde nublada y fría, mientras Christine prendía algunos matojos para poder encender la vela, reparó en el desánimo con que Adriana, sentada en el tronco de un árbol, observaba sus preparativos. No entendía su actitud; la que tenía el problema era su amiga, pero la que más se interesaba en ponerle remedio era ella. De modo que cuando consiguió encender la vela y se sentó junto a Adriana para esperar a que apareciera el fantasma, le explicó animada un par de ideas que tenía, y, ante el silencio posterior de ambas, preguntó:

—¿Te pasa algo? Te veo muy triste.

Su amiga, apática, repuso:

—No es nada. Estoy bien.

Christine seguía sin comprenderla, pero como carecía de la intuición que le habría permitido a su amiga adivinar el problema que padeciera ella misma si se mostraba abatida, se limitó a intentar animarla, diciéndole:

—Anímate. Creo que estoy cerca de averiguar qué quiere ese fantasma de ti. ¿No tienes ganas de saber qué es eso que te ronda?

Adriana, como respuesta, la miró intensamente un rato, y al final, repuso:

—No te ofendas… pero la verdad es que no. En realidad, por eso he tardado tanto en decírtelo, porque tenía miedo de que pasara esto.

Christine se quedó helada, sin comprender nada, y su amiga prosiguió.

—Lo que me hubiera gustado oírte decir era que ese fantasma no podía ser otra que mi madre. Creí que era demasiado escéptica, que estaba rechazando a mi propia madre y que me dirías que era tonta, que quien se me aparecía sólo podía ser ella. Pero no.

No sabía qué contestar. Adriana le había contado que un fantasma le rondaba y ella lo interpretaba como que le pedía ayuda para desenmascararlo. Creyendo adivinar lo que sucedía, dijo:

—Bueno… podría ser tu madre de verdad, pero hay que descartar…

Su amiga la interrumpió en un tono muy seco.

—Le has buscado muchas explicaciones, pero nunca me has dicho que pudiera ser ella. Que si es un dop… o lo que sea que la ha sobrevivido, que si es un espíritu del bosque… Pero nunca has creído que se trate de mi madre y has hecho que yo, que estaba casi convencida, también lo dude.

Entonces, fue Christine la que se quedó muy abatida. En ningún momento había pensado que su amiga desease estar equivocada; en realidad, no lo entendía. Si estuviera en su caso, ella habría querido saber qué ente se le aparecía. Sólo acertó a decir:

—No sabía que no querías averiguarlo… yo… pensaba que te preocupaban esas apariciones, porque es muy peligroso, podrían tener malas intenciones. No quería ofenderte.

Adriana sonrió un poco y repuso, con afecto:

—No, Christine, no es eso. Ya sé que lo haces por bien. Es sólo, que… No lo entiendes. He crecido sin mi madre. Mi padre me ha cuidado lo mejor que ha podido, ha estado ahí siempre que le he necesitado, pero me acuerdo mucho de mi madre, la echo de menos. Cuando empezó a aparecérseme eso, mi corazón me decía que tuviera cuidado, pero, a la vez, ansiaba que se tratara de ella de verdad. Prefiero soñar con que mi madre no se ha ido del todo, que al menos su espíritu sigue conmigo, a que descubras que es un dople… un fantasma de esos que tú dices.

Christine entendió lo que le pasaba, pero no lo compartía. Para ella era mucho mejor saber desde el principio la verdad a ilusionarse en vano. Sin embargo, apreciaba demasiado a su amiga como para discutirle eso y comprendía muy bien que, siendo una hija única que no tenía más amiga que ella, la falta de su madre le tenía que doler más que a ella la de su padre. Porque hasta en eso eran opuestas. El padre de Christine, muerto cuando ella tenía cuatro años, cayó como un héroe. En un año bastante aciago, en que se multiplicaron las alimañas, un lobo gigante había conseguido romper el cerco con que la milicia intentaba impedir que sembrara la muerte en Imessuzu. Fue su padre, que medía casi dos metros y tenía una fuerza descomunal, quien le hizo frente con un hacha de dos filos enorme que aún conservaba su madre, y lo mató. Por desgracia, murió cuatro días después, a causa de las heridas, pero su gesta aún seguía recordándose. En cambio, la madre de Adriana había muerto de una forma muy extraña. Se rumoreaba que se había suicidado, incapaz de soportar su propia maldad. Había muerto repudiada por todo el pueblo, que le profesaba el mismo desprecio que padecía su amiga. Para ella tenía que ser mucho más difícil haber crecido sin madre que para Christine faltarle su padre. Así que dijo:

—Entonces, ¿quieres que deje de buscar una explicación?

—Para nada. Una aparición maligna usaría mis sueños para hacerme daño. Si no es mi madre, quiero saber qué es y como librarme de él.

Estuvieron un buen rato en silencio, atentas a la vela, que se iba quemando y desprendía un aroma agradable. Y, en esto, Adriana le dijo, afectuosamente:

—Sabes curar enfermedades y heridas, pero qué mal conoces a la gente. Deberías aprender a darte cuenta de lo que sienten los demás.

Christine sabía cuánta razón tenía su amiga, que era capaz de ponerse en el lugar de cualquier otro y de saber qué rondaba por su cabeza con una facilidad que la sorprendía. Si otra persona le hubiera dicho algo así, se habría molestado un poco, pero le resultaba muy difícil enfadarse con Adriana, así que repuso:

—Es que la gente es muy complicada.

Con tristeza, Adriana dijo:

—No, la gente actúa con mucha claridad. Casi todo lo que sienten y hacen tiene que ver con la envidia o con el odio. Hay muy pocas personas como tú en el mundo. Quizá por eso te cueste tanto entender a los demás.

Callaron nuevamente, mientras la vela seguía encendida a un par de metros de las dos. Christine, insistió para animarla:

—Quizá sea que soy muy despistada.

Adriana repuso riendo ligeramente:

—Un poco despistada sí que eres. Hay veces que pienso que no te das cuenta de nada. Por ejemplo, siempre te estás quejando de que los chicos no te hacen caso. Y no me lo creo; eres alta, elegante y tienes unos ojos muy bonitos. Seguro que tienes enamorado a más de uno, lo que pasa es que no te das cuenta. Y… si alguna vez alguien se arrodillara delante de ti y te regalara una flor… te veo capaz de venir a preguntarme que si eso significa algo o es sólo amistad.

Y empezó a reírse de buena gana, hasta que consiguió contagiarle las carcajadas. Cuando dejaron de reírse, Adriana prosiguió:

—Y, además, el que se case contigo podrá caerse tranquilamente por un barranco, que tú ya le curarás.

Siguieron bromeando un rato, hasta que, tras un nuevo silencio, su amiga adoptó un tono más serio y comentó:

—Sin embargo, a mí no se me va a acercar nunca ningún chico. Soy la hija de la endemoniada, y quizá esté también endemoniada.

Christine respondió de inmediato:

—No digas eso. Lo de que tu madre era una endemoniada son habladurías.

—No lo sé.

No supo que otra cosa responderle. De todos modos, tras unos minutos de silencio, empezaron a caer gotas, y tuvieron que ponerse las capas y las capuchas y regresar a Imessuzu. Por miedo a las ratas, nunca se alejaban mucho de las murallas, con lo que llegaron a la puerta por la que habían salido a media tarde en muy poco tiempo.

Como la puerta estaba entre dos torres, había sitio para guarecerse bajo el arco, así que cuando llegaron, se pararon a quitarse un momento las capuchas. La puerta estaba custodiada por tres milicianos, que al verlas, saludaron con respeto a Christine. Sin embargo, uno de ellos detuvo a Adriana diciéndole:

—Tú espera aquí. Quieren hablar contigo — Y dirigiéndose a Christine, añadió—: vuestra merced puede marcharse.

Acto seguido, el mismo miliciano le ordenó a otro que fuera corriendo a avisar al cabo, quien obedeció de inmediato. Christine repuso:

—No me importa esperar. Me quedaré con mi amiga, si a vuestra merced no le incomoda.

El miliciano se encogió de hombros, y cuando Christine miró a Adriana, vio que su rostro mostraba preocupación. Y conociéndola, se preocupó ella también. Todo empeoró cuando su amiga, un tanto nerviosa, se zafó del miliciano y quiso cruzar la puerta mientras decía:

—No tengo tiempo ahora para hablar con nadie. Me tengo que ir.

El miliciano la agarró de un brazo y desoyó las protestas de su amiga, que estaba ya dentro de Imessuzu y se estaba poniendo perdida con la lluvia. Su compañero se aproximó y Christine la quiso tranquilizar con frases conciliadoras. Sin embargo, la expresión de los ojos de Adriana mostraba una inquietud que no comprendía, pero que la intranquilizó mucho.

2 comentarios:

Juan dijo...

Durante esos seis días no pasó nada en particular, salvo que estuvo lloviendo fuerte. Tiré y saqué un 58. Más de 50 significaba tranquilidad, así que un poco de lluvia y listos.

Sigo dando pistas sobre el problema que tiene Adriana. Quizá ya os hayáis dado cuenta. Si no, seguid leyendo.

Ya lo hacía en el capítulo anterior, y sigo haciéndolo en este. Describo las cualidades psicológicas de las dos chicas basándome en los números que hay en sus fichas de personaje. Christine tiene un valor altísimo en una cualidad que se llama presencia, y que equivale al carisma o al porte. En una escala que va de 20 a 100, tiene 96. Su sola presencia impone respeto. En cambio, la intuición de Christine es de 28… por eso es tan sumamente torpe para ciertas cosas. Adriana tiene un 94 en empatía y un 96 en intuición, con lo que le resulta muy fácil comprender a los demás y darse cuenta de las cosas porque siente que van bien o mal. En cambio, sólo tiene un 42 en razonamiento lógico, con lo que teniendo en cuenta que la media sería 50, es un tanto torpona. Por eso no suele poder explicar por qué desconfía de alguien, sólo desconfía y ve los problemas mucho antes que su amiga. Christine tiene 67, de ahí que emplee más la lógica que la intuición, que pregunte a quien sabe, etc…

El grado de cabo se consideraba un cargo dentro de la organización de los tercios españoles, y la organización militar de Nêmehe será muy similar a la de la época de los tercios, por lo que supongo la existencia de rangos militares análogos entre milicia y ejército real. En el contexto de Mundo de cenizas, la milicia es un ejército mantenido por cada una de las ciudades y que está bajo las órdenes del poder local. Cuenta con menos medios que el real y, además, buena parte de los milicianos tienen otra profesión (Juan, por ejemplo, es de los que sólo tienen como profesión la milicia, pero apenas la quinta parte de los milicianos están en esa situación).

Por cierto, vais a tener ocasión de lo que me gusta jugar con las fórmulas de tratamiento. Fijaos de qué manera tan diferente se dirigen a Christine y a Adriana. Se verá más claro en el próximo capítulo.

Un saludo

Juan.

Luisa dijo...

Juan, el planteamiento de novela río está muy bien. Así tenemos una visión total de todos los personajes y sus distintos escenarios. Ya me había dado cuento de este detalle.

Bueno, en este capítulo profundizas más en cómo son Adriana y Christine, la lacra que arrastra la primera; su madre, la que tachaban de “endemoniada”. Este hecho ha marcado su vida, pero me da que detrás de todo, está esperando la verdad dormida. Me identifico con ambas. Pienso como Adriana respecto a la gente; pero me pasa como a Christine: no sé diferenciar algunos sentimientos.
Resumiendo, este un capítulo necesario para enfatizar con los personajes y, por otra parte, vaticinas el comienzo del siguiente. Adriana va a tener problemas, puesto que “alguien”quiere hablar con ella.
Seguiré leyendo.

P.D: Sé que me contestas los comentarios.

Un beso.