(Cuentacuentos) No desesperes, yo estoy aquí, a tu lado
- No desesperes, yo estoy aquí, a tu lado.
Su voz me llegaba débil a través de la fiebre que me consumía, pero sonaba decidida. Creo que era Lourdes la me cogía de la mano, mientras sudaba y susurraba incoherencias, perdiendo y recuperando la consciencia continuamente. Habíamos conseguido rechazar al Khruujt, a un precio muy alto pero inferior al que habríamos pagado si hubiera llegado hasta las casas. Al menos, no estaba muerto, aunque el veneno que me había transmitido al herirme en el antebrazo con un colmillo, quizá acabara conmigo. Sí, reparé mientras perdía el sentido, era Lourdes la que cuidaba de mí.
* * * * *
Cuando me desperté, reinaba a mi alrededor un silencio completo. Lourdes me había dejado solo. Muy despacio, miré a mi alrededor y descubrí que la luz de la estancia parecía extrañamente mortecina. Los ruidos que provoqué al levantarme sonaron apagados. Era como si mis sentidos estuvieran embotados, lo que tenía que deberse a los efectos del veneno. Al quedar de pie, el mundo se movió y tuve que sentarme. Me sentía pesado y dolorido. Pero, al menos, había sobrevivido a una herida de Khruujt.
Me costó casi un cuarto de hora reunir las fuerzas suficientes para levantarme y abandonar el cuarto. La puerta daba directamente a la calle. Atardecía, pero con un tono rojizo inusual que se mezclaba con los colores normales y lo teñía todo: el suelo, las paredes, el cielo... la gente. Había pocos transeuntes, pero, sin excepción, llevaban capas y capuchas y un semblante apenado. Nada de eso era habitual, salvo que tuvieras que hacer algo fuera de las murallas de la ciudad y quisieras no llamar mucho la atención de Khruujts o Ghruyns. Y la melancolía de una gente acostumbrada a la guerra y las penalidades resultaba muy llamativa.
Paseé sin rumbo fijo y tardé en darme cuenta que la gente me miraba más de lo normal. Debía tener un aspecto bastante desmejorado, pero... Pero no me merecía aquellas miradas cargadas de lástima... ¡Había luchado con coraje contra un Khruujt y lo que merecía de verdad era respeto! Una parte de mi mente parecía sorprendida por mi ataque de cólera, y poco a poco, consiguió calmarme, aunque hubo momentos en que me dieron ganas de pegarle a los que se cruzaban conmigo.
El corazón empezó a latirme con más fuerza, lo que me provocó el inicio de una jaqueca. Traté de contenerme pensando en que había salido sólo para despejarme un poco, pero todo parecía estar en mi contra: mis oídos embotados, mis piernas torpes y aquel velo rojizo casi invisible que volvía mortecino el atardecer. Incluso el aire parecía entrar desganado en mis pulmones. Empecé a considerar en serio regresar a mi cama y pasar dos días durmiendo, pero no sabía demasiado bien en qué calle estaba.
En esto, algo empezó a armar un gran revuelo, que hizo que la gente que estaba a mi alrededor corriera en todas direcciones, con pasos ahogados y exclamaciones que mis oídos apenas captaban. Y una visión espantosa me cortó el aliento: había cuatro Khruujts avanzando por la calle, repicando con sus pezuñas en los adoquines, abriendo sus hocicos largos y peludos y mirándome con sus ojos saltones. Apenas tuve tiempo de echarme a correr tras descubrir me habían visto. Quise huir despavorido, pero mis piernas torpes sólo me permitían avanzar a trompicones, haciendo eses. Mi única opción era recorrer las callejuelas más tortuosas, para impedirles galopar con comodidad, pero algo me decía que estaba perdido. ¿Cómo podían haberse
colado tantos khruujts en la ciudad?
Entonces, sucedió lo inevitable. Me acorralaron en una esquina y lo único que tuve para defenderme fue lanzarles gritos y amenazas vacías. Cuando se lanzaron a por mí, me acurruqué chillando y debatiendome con desesperación. Sentí un pinchazo y un dolor agudo en un brazo y seguí luchando durante un rato. Finalmente, creo, me desmayé.
* * * * *
- No desesperes, yo estoy aquí, a tu lado.
La voz de Lourdes me sacó de un sueño negro y profundo. Había tres hombres más en la habitación, algunos de los cuales me eran familiares. La confusión que sentía se empezaba a esfumar como la niebla cuando avanza la mañana. Lourdes, con los ojos brillantes, guardaba en su regazo mi mano y me acariciaba el pelo. La lucidez que me había invadido lo aclaró todo. Como me temía, el brazo que tenía apoyado por encima de las sábanas estaba hinchado y deformado. Debía tener un aspecto monstruoso, repulsivo. Pero a Lourdes no parecía importarle; había prometido permanecer a mi lado, y lo había cumplido. El veneno del khruujt había destrozado mi cuerpo y mi mente, y en mi delirio había confundido a los khruujts con los que no tenían más
remedio que darme muerte. Me habría convertido en un monstruo furioso que habría perecido entre dolores horribles, si mis compañeros no me hubieran inyectado una droga letal, que acabaría conmigo con dulzura.
Quise despedirme de Lourdes, pero no podía hablar. Sólo pude apretar un poco la mano que me sostenía. Y ella me entendió.
Estaba allí, a mi lado.
Juan Cuquejo Mira
2 comentarios:
Jops, al final le llego la muerte. Triste historia, aunque sea dulce al final se le escapa la vida. Un besito
Que rabia me ha dado que muera el prota, jo¡¡ me hubiera echo mucha ilusión, un invento y salvarle la vida.
Txapela grande grande para ti.
Cienes de besitos pal andando.
Shi.
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