12 febrero 2011

Mundo de cenizas. Capítulo V

Juan les contó a los guardias de la puerta del norte lo que les había pasado, aunque ellos ya se lo imaginaban al ver el estado en el que regresaban. Uno de ellos fue a buscar al superior inmediato de Juan, a quien tuvo que relatarle nuevamente todos los hechos. El oficial le hizo un par de preguntas y le ordenó que fuese a ver al médico de la milicia y se llevase a Raquel con él. A Juan le hizo algo de gracia ver el trato exquisito que el oficial le dedicaba a su amiga, en contraste con la sequedad con que le hablaba a él.

Gaiphosume es una ciudad pequeña, así que llegaron muy pronto al edificio donde ejercía el médico, muy próximo al comedor de la milicia. Juan dejó que atendieran a Raquel primero. La milicia no prestaba atención sanitaria a quien no perteneciera al cuerpo, salvo en situaciones muy graves, que desbordaran la capacidad de los sanitarios civiles. Sin embargo, como Raquel había salido al campo protegida por la milicia, su oficial había considerado que era responsabilidad del cuerpo atenderla, cosa de la que se alegraba Juan, porque Raquel no habría podido pagarse una visita al médico de Gaiphosume.

Juan no tuvo que esperar mucho al lado de la puerta. Un cuarto de hora después, vio salir a Raquel, un tanto azorada y ruborizada, con la mano derecha vendada. Cuando le preguntó qué cómo se encontraba, repuso:

—Muy bien. El médico dice que no tengo más que rasguños, que descanse hoy y mañana estaré bien. Pero he pasado mucha vergüenza —. Hizo una pausa para tomar aire, sin esperar a ver la expresión sorprendida de Juan, y siguió hablando rápido—. El médico me dijo que me quitara la falda y el corpiño, pero le bastó con que me levantara la camisa hasta el pecho. Pero el enfermero me dijo que la camisa me la tenía que quitar, y me he pasado todo el rato, mientras me ponía emplastos y vendas, tapándome los pechos con las manos. ¡Qué vergüenza! ¡Y me decía todo el rato que no me diera fatiga, que él atiende a las milicianas y no mira nunca! Pero lo peor fue cuando me disculpé por haberme puesto colorada… ¡Me dijo que no tenía por qué avergonzarme, que era una chica muy guapa! ¡Oh!

Y se puso las manos en las mejillas, que aún tenía coloradas. A Juan le turbó tanto imaginarse a Raquel con tan poca ropa, le vinieron una serie de cosas a la cabeza, que se puso igual de colorado que su amiga. Por fortuna, ella estaba aún tan azorada, que no pareció darse cuenta, y le dijo:

—Voy a contárselo a mi madre. Si no estoy aquí cuando salgas, espérame.

Tras ello, entró por la misma puerta por la que Raquel había salido, y terminó tan pronto como ella. Él tuvo que bajarse las calzas para que el médico le viera el muslo y, luego, el enfermero se lo tuvo que vendar entero, así como el antebrazo. Pero el diagnóstico fue el mismo, que sólo tenía algunos rasguños, que descansara y que al día siguiente podría reincorporarse a su puesto. Le dio un papel que debía entregar a su superior.

Cuando salió, le estaban esperando Raquel y su madre. Inmediatamente después de que su amiga le saludara llamándole por su nombre, la mujer le dio dos besos y un tanto emocionada, le dijo:

—Muchas gracias por haber salvado a mi hija, nunca podré pagárselo lo suficiente. Si vuestra merced necesita un día algo de mí, pídamelo.

Un tanto cohibido, repuso:

—No se preocupe vuestra merced. Es lo que hacemos los milicianos. Se lo agradezco.

Estuvieron charlando un rato, en el cual, la madre de Raquel, Marta, se interesó por su estado. Juan repuso:

—No es nada, sólo rasguños. Si me disculpan, debo entregar este papel a mi oficial…

Raquel se lo quitó de las manos con rapidez, lo leyó y dijo:

—¡Qué suerte! Te dan el resto del día libre, para que te repongas—. Y dirigiéndose a su madre, añadió—: ¿Me permitís que le invite a pasar la tarde en casa?

—Claro que sí. Venga vuestra merced cuando guste.

Raquel le devolvió el papel sonriendo, y dijo:

—Cuando entregues esto ven a mi casa, sabes dónde es, ¿no?— Y tras responder Juan afirmativamente, concluyó—: Allí te espero. No tardes.

Y tras despedirse, se fueron las dos. Juan se dirigió a ver a su oficial, quien leyó el papel y, como le había dicho su amiga, le dijo que no acudiera a su puesto hasta primera hora del día siguiente y que descansara. Así que callejeó hasta la casa de Raquel, que estaba en la primera planta de un edificio bastante nuevo. Iba bastante ilusionado, aunque se llevó la decepción de que le franqueó el paso Marta quien, al parecer, se había tomado la tarde libre para estar con su hija. Llegó a imaginarse que iba a estar toda la tarde a solas con Raquel.
Sin embargo, pasó una tarde muy agradable. La casa de Raquel era muy bonita, bastante espaciosa, y se la enseñaron entera. Luego, estuvieron bebiendo una infusión que preparó Marta, que, según decía, les ayudaría a restablecerse pronto. Pasaron la tarde charlando de muchas cosas, siempre los tres juntos, salvo cuando Raquel le invitó a que pasara a la biblioteca de su padre. Como ya atardecía, tuvieron que encender un candelabro y, tras cerrar la puerta, su amiga sacó un libro grande, bellamente decorado, y le contó que era su libro de magia. El no entendía nada de lo escrito, y apenas podía seguir las explicaciones de Raquel. Sólo se fijaba en las ilustraciones, que representaban cosas incomprensibles para él pero de las que, al menos, reconocía figuras y enseres.

Acababa de anochecer cuando Juan se despidió de sus anfitrionas. Mientras caminaba hacia el comedor de la milicia, pensó con tristeza que habría sido bonito llegar a su casa y tener a una madre o un padre. Juan era huérfano desde muy pequeño, y apenas tenía algún recuerdo nebuloso de su padre, muerto cuando tenía cuatro años. Su madre había fallecido en el parto. A él lo había criado la milicia de Gaiphosume, no tenía más familia.

Cuando llegó a su casa, el cansancio le hizo dormirse muy pronto.

Y se vio sentado en una playa, bajo un sol radiante, y un cielo azul adornado por nubes blancas. El sonido rítmico de las olas transmitía paz. Lo más hermoso de todo era que el mar estaba limpio. No lo cubría aquella bruma que marcaba el inicio de los dominios de los demonios del mar, sino que las aguas se extendían hasta el horizonte. Era todo tan real…

Sin saber de dónde había salido, vio a Raquel, que caminaba hacia él. Su amiga se sentó a su lado y estuvo unos instantes callada, admirando la visión de un mar limpio de aguas azuladas. Finalmente, bajo el rumor sosegado de las olas, dijo:

—Es muy bonito, ¿verdad?— Y haciendo una pausa muy breve, añadió—: hace muchos siglos, nuestro mundo era así. Entonces no había demonios, y millones de navíos surcaban los océanos de un continente a otro.

Era una bella fantasía, así que no quiso rebatir nada; se limitó a seguir disfrutando de la vista. De pronto, Raquel dijo:

—¿Me acompañarás, Juan? ¿O permitirás que me vaya sola?

Juan se volvió de inmediato, y comprobó que Raquel le miraba con aquellos ojos tan bonitos que tenía. Y repuso:

—¿Adónde vas?

—Me voy a Nêmehe. Puede que mis rasguños se curen mañana, pero hoy hemos estado muy cerca de la muerte y eso es mucho más difícil de olvidar. Puede que por fuera me veas alegre, pero por dentro, tengo miedo de que otro día me vuelvan a atacar, y no estés tú o la milicia para protegerme. Y no quiero morir sin ver a Marcos una vez más. No me iré ahora, porque aún me asusta un poco verme en el campo, pero lo superaré. Llevaba mucho tiempo deseando hacer este viaje, esto, simplemente, me ha decidido a hacerlo. Pregúntamelo cuando te despiertes y me vuelvas a ver a solas.

Aún sabiendo que era un sueño, Juan no pudo evitar mirarla a los ojos en silencio, embelesado. Raquel, entonces, preguntó:

—¿Vendrás conmigo, o me dejarás ir sola?

Juan suspiró. Por un lado, hacer un viaje de esa clase sólo para que Raquel se reuniera con Marcos, era lo último que deseaba. Por el otro, dejarla ir sola… Para una chica que no sabía luchar, era un viaje peligroso, y aunque consiguiera auxilio de la escolta de alguna caravana de galeras o carros, no iban a cuidar de ella como lo haría él. En tono triste, repuso:

—No puedo ir. Soy miliciano; me debo al cuerpo.

—Claro que puedes. Eres miliciano, no soldado. Puedes pedir permiso para escoltar una caravana y viajar donde quieras. Lo único que perderás es tu sueldo el tiempo que estés fuera sin realizar trabajos de ese estilo. ¿Qué te voy a contar de la milicia que tú no sepas?

Y con una expresión incrédula, concluyó:

—¿Estás hablando en serio? ¿Es verdad que no quieres venir conmigo? ¿Me dejarías en manos de gente que me echaría a las ratas si con eso pudieran salvar su vida?

Aquello le había dolido a Juan mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir. Reaccionó enfadándose, y airado, repuso:

—Nunca haría eso, pero tú… esto no es real. Tú no eres Raquel y no voy a ir contigo a ningún sitio… ¿quién eres? ¿Qué quieres de mí?

Raquel, o quien quiera que fuese su interlocutora, sonrió satisfecha y respondió:

—Eso no puedo decírtelo.

Le miró desafiante, y añadió:

—No tienes por qué creerme. Dentro de unos días, si nos quedamos a solas, pregúntame si voy a irme a Nêmehe, y verás qué respondo.

Y adoptando un tono muy serio, prosiguió:

—Levántate. Voy a enseñarte algo.

Su interlocutora se levantó, y Juan hizo lo propio. Raquel, o quien hubiera robado su aspecto, le cogió de las manos, luego, cerró los ojos y, entre sus pestañas, se colaron destellos verdes. De pronto, todo le dio vueltas y, en un suspiro, estaba en lo alto de una montaña. Era de noche, y a sus pies, se extendía una ciudad inmensa, iluminada por lámparas muy extrañas. Era una visión impresionante. Su interlocutora, con la voz de Raquel, dijo:

—Así de poderosos eran los hombres antaño. Había miles de ciudades tan grandes como ésta repartidas por el mundo. El mar, la tierra y los cielos pertenecían a la Humanidad.

Juan estuvo un rato mirando impresionado aquella ciudad magnífica, hasta que Raquel, se le acercó y le tapó los ojos con las manos mientras le decía:

—La naturaleza también era poderosa…— Y cuando le hizo volverse y le descubrió los ojos, Juan vio que el paisaje había cambiado; era de día y estaban en un claro desde el que se veía un bosque interminable—. Había bosques como este en todo el mundo.

Raquel dejó que Juan mirase un rato, sorprendido, aquel bosque maravilloso, de árboles enormes y que se extendía hasta donde abarcaba la vista. Al cabo de ese tiempo, prosiguió:

—Pero un día, llegó el fuego. Eran comunes los incendios, sobre todo durante el verano, y la gente de aquellos tiempos ya estaba acostumbrada. Pero es que ardió la tierra entera. Demasiado tarde, la Humanidad descubrió que aquellos fuegos eran provocados por algo que buscaba su destrucción. Aún así, el hombre combatió.

Repentinamente, el bosque estaba en llamas. La mayor parte no eran más que claros grises llenos de troncos ennegrecidos. Había miles de demonios, iguales a los que había visto representados en el libro de magia de Raquel, abrasando el bosque. Instintivamente, Juan se acercó unos pasos. Por la zona abrasada avanzaban soldados, armados con unas ballestas muy extrañas que abatían a los demonios con saetas invisibles. Vio las filas de sus enemigos recomponerse, atacar a los soldados y causarles muchas bajas. Y de pronto, surgieron bolas de fuego por el campo de batalla, que despedazaban a aquellos seres. Oyó un escándalo infernal y vio aparecer monstruos que volaban y que, disparando proyectiles inmensos, ponían en fuga a los demonios supervivientes. Juan estaba tan conmocionado viendo todo aquello, que la voz de Raquel le pareció irreal:

—La Humanidad ganó aquella batalla, pero los daños que había sufrido la tierra eran irreparables. Sin naturaleza, vino el hambre, los ejércitos victoriosos murieron o se deshicieron, y los demonios del fuego destruyeron las pocas ciudades que aún resistían una a una. Sólo se salvaron las que están muy pegadas a la costa, porque los demonios no soportan el agua… Y porque los demonios del mar no soportan estar cerca de la tierra.

Raquel avanzó mientras el paisaje cambiaba, la batalla desaparecía y sólo quedaba una extensión infinita de árboles carbonizados, esqueletos y un monstruo volador hecho trizas. Se agachó, cogió algo del suelo y tras pedirle que juntara las manos, le echó algo mientras decía:

—Y la tierra se convirtió en un mundo de cenizas.

Se miró las manos, y las tenía llenas de polvo gris, de cenizas. Consternado, levantó la vista para mirar a Raquel, y la oyó decir:

—Te hemos contado esta historia decenas de veces, pero nunca nos has creído. Por eso te hemos enseñado todas estas imágenes, porque sabes que no has podido inventarte todo esto que has visto, porque en tu corazón, ahora sabes que todo esto ocurrió de verdad.

Juan no se sentía capaz de decir nada. Empezó a pensar en miles de personas muriéndose de hambre entre bosques abrasados, yaciendo entre las cenizas. Se le arrasaron los ojos, y Raquel continuó:

—Don Enrique III de Nêmehe, y otros muchos reyes de los hombres piensan que todo puede seguir igual, que si no molestan a los demonios ellos no les harán caso, pero se equivocan. Les tienen miedo, porque la época de las plagas fue las más oscura de la Humanidad, y es comprensible. Pero los demonios no pararán hasta que la raza humana desaparezca de la tierra. Por eso, es necesario que los hombres no olviden que una vez fueron más poderosos que los demonios, y que podrían volver a serlo.

Se acercó y le miró con intensidad:

—Raquel no puede morir. Tienes que protegerla hasta que sea lo bastante fuerte como para que pueda defenderse sola. No te imaginas lo valiosa que es, lo valiosos que son todos los que son como ella. Cuídala.

Mientras sonaba su última palabra, todo lo que le rodeaba se fue apagando lentamente.

Juan se despertó y se incorporó de inmediato. Era de madrugada y estaba en la habitación diminuta que tenía por casa. Temblaba y tenía un nudo en la garganta que no le dejaba respirar. Se cubrió el rostro con unas manos sin pulso, tratando de asimilar lo que acababa de presenciar.

Y, lentamente, lo fue consiguiendo.

7 comentarios:

Juan dijo...

Llegados a este punto, entro en un terreno un tanto pantanoso, como es el de la atención médica en los siglos XVI y XVII. Me he inspirado en varias fuentes para describirla, así, el sistema sanitario de Mundo de cenizas tendrá cierto parecido con éste, aunque habrá diferencias derivadas de que Nêmehe no es la España de la época.
La medicina la ejercían los médicos, que debían superar exámenes y todo, pero que estaban fuera del alcance del pueblo llano. Luego estaban los barberos, que realizaban cirugía menor a precios populares. Finalmente, los curanderos eran los que atendían a los más pobres, usando hierbas y conocimientos tradicionales, muchas veces sin base científica. También existían comadronas o parteras, que atendían a las mujeres de parto, a los recién nacidos y aplicaban la extremaunción de ser necesario.
Es muy interesante que en los siglos XVI y XVII, sobre todo en países católicos, era muy importante la enfermería. Aunque sólo la practicaran religiosos, se consideraba una disciplina científica que exigía preparación y estudio. El libro "Instrucción de Enfermeros", de Andrés Fernández, publicado en Madrid, data de 1617, y en su mayor parte, está basado en preceptos científicos. Dado que la medicina no conocía aún las causas de las enfermedades, la enfermería se limitaba a aliviar o eliminar síntomas. Como hoy en día, el enfermero era quien estaba en contacto continuo con el enfermo y le administraba los tratamientos prescritos por el médico; por ello, se exigía a los enfermeros saber leer, por las recetas. O sea, la atención médica, a grandes rasgos, era sorprendentemente parecida a la nuestra, sólo que con medios muy primitivos. Una referencia interesante es: aquí.
La enfermería se consideraba propia de la caridad católica, por eso, en los tiempos de la Reforma, en que la obligatoriedad de practicar la caridad no se consideró tan importante (o directamente, se despreciaba), la enfermería en los países protestantes se estancó e, incluso, retrocedió, mientras que en los países latinos siguió desarrollándose como disciplina científica.
En Mundo de cenizas, la religión, por motivos en los que no puedo entrar ahora, tiene menos importancia que en la España del siglo XVI, y en una sociedad militarizada y, en cierto modo, tecnificada y centralista, la profesión médica y la de enfermería están más institucionalizadas, al menos, en lo que respecta al ejército. El sabor "moderno" que le doy a la descripción de cuando atienden a Raquel y a Juan está basado en esta división entre medicina y enfermería, que es histórica. Posiblemente, no sería así en la época, pero puede que se pareciese mucho.
Por lo que sé, la ropa interior de la época para las mujeres era un camisón largo, y para la parte inferior, calzas, tanto para hombres como para mujeres. Las calzas eran parecidas a los pantalones; los hombres las llevaban hasta los tobillos, y las mujeres algo más arriba sujetas con ligas. No había sujetadores, sino que esa función la realizaba el corpiño, una camisa que sujeta el pecho mediante cordones y también, porque es un tanto ajustada. El corpiño no era ropa interior. Por eso, Raquel no tiene más remedio que quedarse desnuda de cintura para arriba a la hora de que la trate el enfermero, para disfrute de los lectores masculinos de la historia (vale, y de las lesbianas también). Es bonita la página: Trajes tradicionales castellanos.
Raquel y Juan no han sufrido más que heridas leves, y están más cansados y doloridos que otra cosa. Salvo rasguños cerrados y moretones, un poco de descanso y como nuevos. En términos del juego de rol, sólo sufrieron pérdidas de puntos de vida, 12 por parte de Juan y 16 por parte de Raquel. Como Raquel tiene justo 16, al sufrir ese número cayó desmayada. Juan tiene 22, pero como había perdido más del 50%, su ataque se había reducido a la mitad, con lo que tenía razones para sentirse perdido al final del combate.

Juan dijo...

No creí que tuviera que hablar tan pronto de las fórmulas de tratamiento, pero los relatos suelen ser imprevisibles. Ya he hablado de este tema en la bitácora. A modo de resumen, el castellano anterior al siglo XVI usaba el vos como trato deferencial y el tú entre iguales. Como el vos fue usándose cada vez más entre gente sin títulos, se estableció el vuestra merced, antecesor directo de usted, para el trato deferencial, pero sin dejarse de usar el vos para lo mismo. Este sistema triple fue exclusivo del español, pero era muy confuso. El tú, el vos y el vuestra merced se confundían. Un señor podía tratar a un criado de vos o de tú, mientras que él exigiría el vuestra merced, aunque también se le podría haber tratado de vos si se hacía con respeto. Al final, el vuestra merced quedó como el trato más elevado, mientras el tú y el vos competían por el trato entre iguales y familiar. En la Península, el vos fue adoptando un tono peyorativo, tanto que hacía falta mucha confianza para tratar a alguien de vos.

En Mundos de ceniza, voy a utilizar una convención parecida a la del primer cuarto del siglo XVII, sólo que sin confusión. La idea es que el grueso de los diálogos nos parezca natural a los lectores modernos, sin que la cosa sea descabellada históricamente. Usaré el vuestra merced como hoy empleamos el usted, con la diferencia que lo usaré con más frecuencia, y suponiendo una leve desigualdad entre hombres y mujeres. Por eso, Marta trata de vuestra merced a Juan, aunque es bastante más joven (además, es miliciano). No es descabellado que dos amigos de la infancia se trataran de tú, aunque quizá, Raquel debería tratar de vos a Juan. Reservaré el vos para los últimos usos que tuvo el mismo en el español peninsular: el ámbito familiar. Por eso, Raquel trata de vos a su madre.

Bueno… Este capítulo ha sido tremendo en lo referente a la documentación. Me veo obligado a hablar algo de los medios de viaje, simplemente, porque he querido introducir el nombre de un medio de transporte típico de la época. Hay información muy buena aquí
y también, muy datos interesantes sobre las galeras, que es lo que nos ocupa, aquí.
Aunque en este último artículo se habla del siglo XIX, al parecer, las galeras españolas de ese tiempo eran casi iguales a las que circulaban por los caminos de los siglos XVI y XVII. Una galera es, básicamente, un carruaje enorme, sin amortiguación, cerrado, que se usaba para transportar mercancías. La gente no muy pudiente, podía alquilar una plaza en una galera, y acomodarse entre la carga. Hay más datos, al final de todo, aquí.

En Nêmehe hay un sistema de postas reducido, y los muy ricos se desplazan en carrozas o literas, los ricos a caballo, pero a los pobres les quedan las galeras, que son realmente incómodas, el asno o ir a pie. Ahora nos parece poco creíble, pero recorrer cuatrocientos kilómetros a pie, en nuestro siglo de oro, no era infrecuente. Juan, por ello, y porque las caravanas de galeras suelen ir escoltadas por milicianos, lo considera el medio de transporte más seguro para Raquel.

Y bueno… ya sabéis por qué esta historia se llama Mundo de cenizas.

Con este capítulo, termino con una línea argumental por el momento. Para el próximo, toca presentar a otros personajes.

Enrique González Añor dijo...

Está la historia muy bien documentada; el mezclar futuro con tiempos pasados, me parece muy apropiado, y para el desarrollo de la historia, atinado. Creo que debes matizar el régimen político e institucional existente en Nêmemehe. Por lo leído, se trata de una monarquía pero, ¿que tipo de monarquía? Creo que es importante referenciar en que sistema nos movemos.

Saludos.

Juan dijo...

Hola Enrique

En primer lugar gracias por lo que dices de la historia :-).

Lo segundo es que ya te había respondido a este comentario, pero con el sistema nuevo de Blogger, se perdió, así que... A ver si recuerdo lo que te había escrito :-)

Lo que comentas del sistema político de Nêmehe es algo que debería tener mucho más claro, lo que pasa es que lo he ido dejando porque tal y como va ahora la historia, no es algo que pueda meter de forma natural. Los personajes son gente del pueblo, que, o no conocen la organización política, o no les interesa, o bien, como no han tenido problemas con la justicia o la administración, no he podido hacer referencias.

Lo que tengo en mente, e iré perfilando, es inspirarme en la administración territorial de la Corona de Castilla, o bien, de los inicios del XVI. Debido a la situación de Nêmehe, existe un conflicto entre la necesidad de tener un ejército profesional con mando unificado (hay guerras que se han perdido por falta de un mando unificado) y la necesidad de que los poderes locales mantengan milicias, ya que el rey no podría mantener ambos cuerpos.

Creo que la organización política va a ser algo así: la monarquía sería una monarquía autoritaria, al estilo de la de los Reyes Católicos o la de los Austrias. La nobleza tendrá menos importancia que históricamente, y concentrará su poder en las ciudades. Y tendrán importancia las ciudades "fronterizas", esto es, las del estilo de la Reconquista.

Así que habrá un poder central autoritario, el Rey, que basará su fuerza en el ejército real, que tiene cuarteles en todas las ciudades, y unos poderes municipales bastante poderosos también. Históricamente, los poderes administrativos de nivel intermedio, o sea, provinciales, regionales (adelantamientos, merindades) habían perdido casi todas sus atribuciones en la época historia que uso de referencia, y eran los municipios los que tenían mayores poderes. A lo mejor ni existirán en Nêmehe figuras parecidas.

Habrá dos tipos de municipios: ciudades goberndas por regidores y corregidor (el segundo lo elige el Rey, y lo representa en el municipio, los primeros los copa la nobleza local) y villas, gobernadas por alcaldes (no sé si uno para el pueblo llano y otro para los nobles, ya veré) y que gozan de bastante autonomía y de fueros que les permiten legislar y ajusticiar reos.

Cuando lo tenga claro, lo pondré como comentario. Quizá tendré que relacionarlo con el asunto del mapa, no será lo mismo que haya cinco ciudades o cincuenta y cómo estén distribuidas.

Muy acertada observación.

Un saludo.

Juan.

Enrique González Añor dijo...

Por lo que me cuentas, yo creo que el modelo acertado que podrías seguir es el que te da el sistema feudal del siglo XII y siguientes; con las modificaciones, por lo que indicas, de ser los cabildos municipales los verdaderos detentadores del poder, no la nobleza, -algo parecido a las ciudades-estado de la antigua Grecia. Ésto se está poniendo muy interesante.

Un saludo.

Luisa dijo...

Hola, Juan.
En este capítulo comenzamos a saber más sobre los personajes y la misión que les espera. A través de los sueños vas enseñándonos como era el mundo de Juan y Raquel antes de que se convirtiera en pasto de ratas y monstruos marinos. Un mundo parecido a como es ahora el nuestro. Está claro que los protagonistas viven en un mundo apocalíptico (Mundo de Cenizas) lleno de reminiscencias de nuestro pasado, como hablar de “vuestra merced”, los ropajes y enseres. También dejas entrever que a Juan le espera una misión muy importante, cuyo rastro es vertido en sus sueños y que tiene que ver con Raquel, a la que se le encomienda cuidar como oro en paño.
Seguiré leyendo.

Un saludo.

Juan dijo...

Hola Luisa

En primer lugar, gracias por leerme y por comentar.

Coincido contigo en que este capítulo, junto con el III es en el que más se caracteriza a Juan y a Raquel. La misión que les espera... je, je, je...

Acerca de los sueños que tiene Juan, tienen bastante de misterioso, y te hacen plantearse muchas cosas. Cuando dices que el mundo de los antepasados de Juan y Raquel era muy parecido al nuestro, yo, incluso, iría más lejos, y diría que quizá sea nuestro propio mundo.

Efectivamente, es un mundo apocalíptico, o post-apocalíptico, donde la tecnología ha retrocedido hasta el nivel que había en los siglos XVI y XVII en Europa. Así que use el lenguaje arcaico por ese motivo y porque me gusta (je, je, je).

Ahora no puedo desvelar nada, pero la misión de Juan, por ahora, es parecida a la "guardaespaldas" de Raquel. Resulta ser una chica muy valiosa, por razones que estarás adivinando.

A partir de este capítulo cambia la línea argumental. Entran unos personajes algo más profundos y contradictorios que Juan y Raquel. Pero, tranquila, que volveré a centrarme esta pareja tan particular.

Un saludo.

Juan.