(Cuentacuentos) Te prometo que la quiero, sólo se me fue la mano
- Te prometo que la quiero, sólo se me fue la mano...
Clara repuso furiosa:
- Es que eres un animal... ¿No ves que tan sólo es una niña? ¿Cómo pudiste decirle eso a tu propia hija?
Julio abandonó el tono de disculpa y se encaró con su mujer.
- Sabes que no podemos dejar que tenga ninguna clase de amigo. Tú misma has visto los resultados de las pruebas físicas y psicotécnicas. Su vida debe ponerse al servicio de la Humanidad y no puede perder el tiempo con amigos y juegos.
- ¡Pero aún no! - El grito de Clara denotaba furia, pero, en realidad, era un lamento - ¡Aún es muy pequeña! Aún podía jugar un poco más... Lo que le dijiste fue horrible...
- Sabes que no habría hecho algo así.
- ¡Pero ella no lo sabe!
El tono de Clara se volvía amargo por momentos, y Julio tuvo piedad. En un tono mucho más calmado, continuó.
- Yo también querría que siguiera siendo una niña durante muchos años más, pero en los tiempos que corren, no es posible. La Humanidad lucha por sobrevivir. Quizá algún día, nuestros niños podrán jugar sin miedo, pero hoy las cosas son así.
- Es tan pequeña...
Finalmente se abrazaron, y Julio supo que Clara le había perdonado. A él tampoco le había gustado robarle su infancia a Laura, pero debía aprender a no crear lazos con nadie ni con nada, porque ese sería el punto débil que los demonios aprovecharían para acabar con ella.
Al fin, Clara dijo que iba a ver a Laura, y Julio se lo consintió. Sabía que su hija aún estaría llorando y permitió que su esposa subiera a consolarla y a tratarla con ternura... Pocas veces más podría hacerlo.
* * * * * * *
A Jnut aún le martilleaban en los oídos los disparos que habían acabado con el último de sus compañeros. Se escondió entre la maleza y observó con odio al guerrero humano que había terminado con Kjata, al que quería como a un hermano. Era tan injusto... Kjata había sido un lobo mucho más fuerte y valiente que él, y ahora yacía víctima de un humano que, sin su casco y el resto de sus artilugios, no tendría la menor oportunidad. Al menos, Jnut reparó en que el rifle del humano se había estropeado, porque éste lo soltó y desenfundó un cuchillo enorme, que era un arma mortífera en un guerrero enemigo entrenado.
Decían las leyendas que, hace siglos, cuando aquellos seres dominaban el mundo, los demonios invadieron el planeta y sólo los humanos tuvieron fuerzas para oponérseles. Les echaron todo lo que su tecnología les permitió construir, y se cuenta que se aliaron con los animales más feroces. Cambiaron a los lobos y los hicieron más grandes y más inteligentes, pero Jnut odiaba tanto a casi todos los humanos, que no podía creerse que él descendiera de una raza aliada con ellos. Por supuesto, el orgullo de su pueblo le impedía ponerse bajo las órdenes de los humanos, así que se rebelaron, y ahora, los lobos combatían tanto a humanos como a demonios. Y, a pesar de su fuerza y su coraje, eran el bando más débil.
El guerrero humano le buscaba. Jnut y sus compañeros habían atacado un transporte, con la esperanza de matar a sus ocupantes y robar la comida que transportara. No se esperaban encontrarse dentro con uno de sus campeones, y había ido abatiendo a sus compañeros uno a uno. Sentía deseos de huir, pero para un soldado de los lobos, retirarse no es una opción. Dejó que su enemigo se le acercara. Los humanos tienen buena vista, pero un olfato desastroso; sin embargo, sus armaduras tienen artilugios que potencian sus sentidos. Seguro que ya lo había localizado, así que no tenía sentido alargarlo más. Salió de su escondite gruñendo y corrió hacia el humano. Saltó sobre él, cayeron y se enzararon.
Todo fue inútil. La armadura resistió varias dentelladas, y el humano se movía con una habilidad mortífera. Jnut se vio inmovilizado contra el suelo, y vio como su enemigo alzó el cuchillo. Y, para su asombro, titubeó, y aflojó su presa. No es buena idea dudar el golpe de gracia ante un soldado de los lobos. Jnut hizo añicos la parte frontal del casco, la más vulnerable porque acumulaba los artilugios que potenciaban los sentidos y, prácticamente, el guerrero humano perdió el casco. Cuando su enemigo se echó atrás, aturdido, en décimas de segundo, Jnut había cerrado sus mandíbulas en el cuello del humano. O humana. Porque Jnut había advertido que era una hembra, y que lloraba bajo el casco.
Su enemiga se desplomó y trataba de respirar, lo que ya era un poco difícil. Jnut saboreó su triunfo gruñiendo frente a la boca de la humana. Y, entonces, ésta alzó despacio una mano y le acarició el cuello y la parte de atrás de la cabeza. Y recordó quien le tocaba así cuando era un cachorro. Cuando era un lobezno, una partida de humanos había matado a sus padres, y uno de ellos, apuntó un rifle hacia él. Y de algún sitio, salió una niña de unos siete años que se puso delante del cañón, porque quería cuidar de aquel cachorro tan bonito. Tanto insistió la niña que los adultos terminaron por ceder. Y durante muchos meses, aquella humana fue su única familia. Al haber perdido el casco, Jnut reconoció su olor... Era Laura... Pero, ¿qué había hecho? Empezó a gemir, como hacen sus parientes lejanos, los perros, cuando están tristes y comenzó a lamerle las mejillas con desesperación, como si con eso pudiera contener la vida que se le escapaba a la mujer. Ésta aún tuvo tiempo de sonreír débilmente, pero era inútil, y tras unos momentos de angustia, en los que luchó por respirar, se quedó muy quieta, con la vista congelada.
Jnut se quedó allí un rato. Él no sabía... No podía olerla debajo de aquella armadura... Ella, en cambio, le había reconocido por la mancha blanca que rodeaba su oreja derecha, muy peculiar. Por eso había detenido su cuchillo. Le vinieron a la mente multitud de recuerdos, todas las veces que habían jugado cuando ambos eran niños, las cosas que habían visto juntos... Recordó el día que lo echó, por el que no le guardaba ningún rencor porque lo había hecho sin parar de llorar. Los cachorros de su raza son capaces de aprender la lengua de los humanos si viven tiempo entre ellos; de modo que sabía que le echaba porque si no se iba, su padre lo despellejaría y lo echaría a una olla hirviendo. Se lo repetía una y otra vez, entre lágrimas. Los humanos adultos no veían con buenos ojos que una niña y un cachorro de lobo fuesen amigos y se quisieran, y Laura no podía quedarse con él.
El crimen que acababa de cometer Jnut era el más horrendo que podía llevar a cabo un lobo. Los lobos tienen muy pocas leyes, tan escasas que se las aprenden de memoria y se las transmiten de padres a hijos. Y la más sagrada de todas es ser fiel hasta la muerte y proteger a aquel que ha salvado la vida a un lobo, sin importar que sea otro lobo, un humano o, incluso, un demonio. El lobo que debe su vida a otro ser, adquiere con él una deuda eterna. Pero, lo peor del caso era que Jnut había querido con toda su alma a la mujer que yacía muerta debajo de él.
Los lobos no lloran. Pero sí sienten pena y Jnut notó que vivir le dolía. Su crimen no tenía justificación ni perdón. Ya no era digno de volver con su manada, ni de seguir vivo, cosa que ya no deseaba. Así que evocó los partes militares que los exploradores de su manada habían hecho públicos, y supo lo que iba a hacer.
* * * * * * *
Cuentan los supervivientes de la caravana que, cuando todo parecía perdido porque las tropas que les habían prometido no llegaban, se armó un revuelo terrible en las filas de los demonios que los cercaban. Los tiradores más avanzados relatan que un soldado de los lobos solitario atacó sin previo aviso a los demonios, con tal furia que, tomados por sorpresa, mató a varios y desorganizó completamente sus filas. Los sitiados vieron su oportunidad, se organizaron y atacaron a su vez a sus enemigos, lo que aumentó aún más su desconcierto y puso en fuga a buena parte de los sitiadores.
Narran los soldados que, una vez puestos a salvo los civiles, diez fusileros recorrieron el campo de batalla para ayudar al lobo que les había salvado, pero sólo pudieron ver cómo cinco demonios lo abatían y lo descuartizaban, así que no les cupo hacer mucho más que vengarlo.
Relata uno de los fusileros que aquel lobo tenía una mancha blanca muy peculiar alrededor de su oreja derecha.